WALTER VARGAS
TELAM
Por más de una razón la selección argentina, que mañana comenzará su recorrido en la Copa América de Brasil, no consta en la primera línea de favoritos, del mismo modo que retirarla de la mesa grande sería un pecado de sobreadaptación e inexactitud.
Y eso porque aún en circunstancias brumosas, cuando no francamente adversas, dispone de una materia prima superior a la de mayoría de los participantes de la Copa América y el vigente plus del mejor jugador del planeta.
Se dirá, con asidero, que la presencia de Lionel Messi se ha revelado insuficiente para que Argentina corte una racha que a estas alturas más que una racha tiene toda la cara de un destino maldito.
En ese sentido las referencias históricas son demoledoras.
Con Messi en la cancha se han perdido cuatro finales sobre cuatro, la consabida del Mundial 2014 y tres en la Copa América (2007, 2015 y 2016) de modo que poner sobre la mesa el oro de Beijing 2008, del que “Leo” fue parte es un acto de justicia y a la vez de patas cortas, toda vez que los Juegos Olímpicos son de un rango diferente, marchan por otro andarivel.
Lo cierto es que con Messi y sin Messi la relación de la Selección y la Copa América se ha vuelto ardua, hostil, cuando no tortuosa.
Hay que tener en cuenta que de medio siglo a estos días hubo dos coronaciones (las del primaveral primer ciclo de Alfio Basile en las ediciones de 1991 y 1993), pero todo lo demás, jugando mejor o jugando peor, desembocó en un cierto sabor a nada: amén de las tristemente célebres definiciones por penales ante Chile, tiempos de Gerardo Martino, constan la insólita derrota en la final de 2004 con Marcelo Bielsa a la cabeza y la paliza a manos del propio Brasil en 2007.
(Al pasar, no está de más recordar que en 2011 los penales dejaron en el camino a los albicelestes, en Santa Fe, contra Uruguay, en un partido de muchos minutos de superioridad numérica y futbolística).
En fin, que durante unas cuantas décadas el paso de la Copa América fue marcado por Argentina, que hace buen rato esa tendencia murió de muerte natural y que, si se permitiera la metáfora, hasta nuevo aviso los astros son adversos.
¿Será que ahora sí, que más cerca de llegar como punto que como banca las piezas encastrarán y la gloria criolla se consumará en el momento menos pensado?
Tal vez, quién sabe, el fútbol es el deporte más difícil de contener por las conjeturas y los diagnósticos.
Candidato, lo que se dice candidato es Brasil, tanto o más urgido que Argentina, dueño del equipo más fuerte de cuantos competirán y ufano del cartón lleno en materia de citas en su casa: cuatro veces organizó la Copa América y cuatro veces se la quedó (en 1919, en 1922, en 1949 y en 1989).
Y candidato asoma también Uruguay, si se quiere, a despecho de algún recambio generacional que no lesiona por ejemplo la jerarquía de sus delanteros, de su dupla letal (Luis Suárez y Edinson Cavani); y acaso por qué no poner la lupa en Colombia, con director técnico nuevo; sí, pero también con un plantel variado y muy calificado.
Argentina, la de los históricos Ángel Di María, Sergio “Kun” Agüero y el gran Messi, más algunos sobrevinientes del desdichado Mundial de Rusia y unos cuantos recién llegados al baile supone, por el momento un interrogante mayúsculo. Un DT novato y de ideario impreciso, una formación de rodaje escaso y descafeinado, y un lastre, el del ingrato sino de la historia reciente, expresan una severa invitación a la prudencia.
Escrito lo escrito, tampoco será cuestión de desdeñar que nadie es derrotado en las vísperas, que en el camino se acomodan los melones, que el deseo es un poderoso constructor de realidades y que ciertas tautologías merecen un respeto específico: Argentina es Argentina y Messi es Messi.
> Arranca la acción
A las 21.30, con Philippe Coutinho (foto), como máxima estrella, Brasil abre la Copa enfrentando a Bolivia, en el Morumbí de San Pablo. El “Scratch” quiere dejar atrás el “problema Neymar” con buen fútbol y goles.